Hay obras que uno no olvida. A veces por lo que dicen, otras por lo que hacen sentir. Bodas de sangre, de Federico García Lorca, tiene esa rara cualidad de quedarse dentro. De tocar, como diría el propio Lorca, algo que va más allá de la razón o la estética. Algo que él llamaba el duende. No un ángel ni una musa. El duende es otra cosa. Es esa fuerza oscura y viva que se mete en los huesos cuando algo verdaderamente humano se pone sobre un escenario. Bodas de Sangre, cuando el teatro arde: el duende de Lorca en voz de Angélica Rogel.

En la conferencia sobre la más reciente puesta en escena de Bodas de sangre, dirigida por Angélica Rogel, este duende se sentía presente, incluso en las palabras. Rogel compartió una relación profundamente personal con la obra, casi como si hablara de un viejo amor que nunca se fue.
Contó cómo se enamoró de Lorca desde muy joven, y cómo Bodas de sangre fue la obra con la que más ha conectado a lo largo de su carrera. Habló de una cercanía emocional, visceral, con las palabras de Lorca, de ese conflicto interno entre el deber y el deseo, entre lo que se espera de nosotros y lo que realmente queremos.
Un clásico que sigue diciendo cosas nuevas
Pero para entender la fuerza de esta propuesta, también hay que mirar el origen del texto. Bodas de sangre fue escrita en 1932, inspirada en un crimen real ocurrido en Andalucía: una mujer que huyó con su primo el día de su boda, y el prometido que fue tras ellos. Lo que pudo haber sido una simple nota roja, Lorca lo transforma en una tragedia poética donde el destino, el amor prohibido y la muerte se entrelazan en una historia profundamente humana.
No es solo una tragedia rural: es una exploración del deseo que no se puede contener, del peso de la tradición, del cuerpo que pide una cosa y la sociedad que exige otra. Y todo eso dicho con una belleza desgarradora, que mezcla verso, simbolismo, tierra y sangre.
México también habla en esta versión
Y es que Bodas de sangre no es solo una tragedia folclórica, como suele describirse. Es una historia donde el deseo arde debajo de las convenciones sociales. Donde los personajes luchan contra un destino que ya parece escrito. Y eso, en manos de Rogel, toma una dimensión muy particular. Porque esta versión no se queda en lo clásico. Esta puesta se mete de lleno con el México contemporáneo, con su música, con su cuerpo, con su contexto. Es un Lorca que dialoga con lo que somos hoy.
El duende también canta: la música como protagonista
Y hablando de música, esta puesta tiene una sensibilidad especial. Porque no es solo que Lorca escribiera con musicalidad —es que él era músico. Rogel lo recordó con entusiasmo: hay grabaciones donde puede escucharse al propio Federico acompañando canciones al piano. En Bodas de sangre, la música está integrada desde el texto mismo. Hay nanas, hay canciones que prácticamente te piden ser musicalizadas. El montaje lo entendió así, y se aventuró a crear piezas originales tomando letras escritas por el propio Lorca, para hacerlas sonar desde lo que somos hoy.

Entre estas piezas están la nana, la canción de la novia, la de la madeja (que inspiró también la aparición escénica de tres tejedoras como símbolo del destino), la de los leñadores y una potente canción de la navaja hacia el final. La propuesta musical incluye cuatro corridos tumbados y un canto cardenche, géneros profundamente enraizados en el México actual, pero que aquí se entrelazan con el espíritu andaluz de la obra original. El resultado es una fusión poderosa, donde el duende no solo habla, sino que canta y retumba.
Actuar a Lorca: un acto de entrega
Rogel mencionó algo que me pareció muy acertado: a veces creemos que acercarse a estos textos clásicos es difícil, que son palabras elevadas, lejanas. Pero no. Es como escuchar por primera vez “esternocleidomastoideo” y sentir que no se puede pronunciar, y luego darte cuenta que solo es una parte del cuerpo. Así pasa con Lorca. Lo lees, lo dices en voz alta, y de pronto estás dentro. Y ya no quieres salir.
El elenco que acompaña esta propuesta también dejó ver en la conferencia una entrega total. Están ahí no sólo como intérpretes, sino como cómplices de esa búsqueda del duende. Actores y actrices como Eduardo Candás, Joan Santos, Ana Guzmán, Miguel Tercero, Romano Villicaña, Luz Olvera, María Kemp y la talentosa Ángeles Cruz (cuya presencia siempre impone y emociona) hablaron de sus personajes con una mezcla de admiración, respeto y vulnerabilidad. Y es que trabajar con Lorca exige eso: dejar algo tuyo en el escenario. No hay forma de esconderse detrás de un personaje. Cada frase que sale de la boca de sus personajes lleva una carga emocional profunda, poética, pero también física. El cuerpo, el gesto, la mirada. Todo vibra.
Una obra que cambia con nosotros
La conferencia también tuvo momentos emotivos, como cuando Rogel recordó una antigua puesta en la que participó siendo muy joven. Interpretaba a la madre, y dice que no dimensionaba entonces lo que ahora comprende con más madurez. Esa confesión fue honesta, sencilla, y me hizo pensar en cómo ciertas obras regresan a nosotros en diferentes etapas de la vida. Y cada vez nos muestran algo distinto. Tal vez eso también es parte del duende.
Lorca sigue hablando. Y nosotros seguimos escuchando
Bodas de sangre en esta versión no solo revive un texto clásico. Lo resignifica. Lo vuelve cuerpo, canto, memoria. Es una obra que se entrega al público con la intención de conmover, de tocar fibras, de hacernos sentir que esa tragedia no es ajena. Que el deseo, la pérdida, la sangre, siguen siendo temas que nos atraviesan.

Salir de esa conferencia fue como despertar de un sueño denso, poético, lleno de símbolos pero también de carne y verdad. Y me quedé pensando en algo que se dijo y que me acompaña desde entonces: Lorca no murió. Lo mataron. Pero su voz sigue viva, en cada verso, en cada personaje, en cada actriz o actor que se atreve a decir sus palabras como si fueran propias.
Y eso, definitivamente, también es obra del duende.